sábado, 5 de julio de 2008

Entiendo por poetas.

Creo haber hablado lo suficiente del aumento monstruoso del tiempo y del espacio, dos ideas siempre relacionadas, pero que la mente afronta entonces sin temor ni tristeza. Mira con cierta delicia melancólica a través de los años profundo y se sumerge audazmente en perspectivas infinitas. Supongo que se habrá adivinado que este aumento anormal y tiránico, se aplica por igual a todos los sentimientos y a todas las ideas: tanto a la benevolencia, de la que he citado, según creo, un ejemplo bastante bueno, como la idea de belleza; y tambien al amor. La idea de belleza debe ocupar naturalmente un lugar muy extenso en un temperamento espiritual como el que yo he supuesto. La armonía, el equilibro de las líneas, la euritmia en los movimientos, le parecen al soñador necesidades, deberes, no solamente para todos los seres de la creación, sino también para él mismo, el soñador, que se encuentra en ese periodo de la crisis dotado de una aptitud maravillosa para comprender el ritmo universal e inmortal. Y si nuestro fanático carece de belleza personal, no creáis que le hará sufrir largo tiempo la confesión a que se ve obligado, ni que se considere como una nota discordante en el mundo de armonía y belleza improvisado por la imaginación. Los sofismas del hachís son numerosos y admirables, y tienden, generalmente, al optimismo. Uno de los principales, acaso el mas eficaz, es el que transforma en realidad el deseo. Lo mismo ocurre, sin duda, en muchos casos de la vida ordinaria, ¡Pero con cúanto mas ardor y sutileza! Por lo demás, ¿Cómo podría un ser tan bien dotado para comprender la armonía, una especie de sacerdote de la Belleza, constituir una excepción y su mácula en su propia teoría? La belleza moral y su potencia, la gracia y sus seducciones, la elocuencia y sus proezas, todas esas ideas no tardan en presentarse como los correctivos de una fealdad indiscreta, luego como consoladoras, y, en fin, como perfectas aduladoras de un cetro imaginario.

Charles Baudelaire (Paraísos artificiales – El soleen de París) Extracto Cap. IX El hombre-dios