lunes, 27 de agosto de 2007

Cuestion Arltiana ( El juguete rabioso, Extracto capitulo 2)


Algunas veces en la noche, hay rostros de doncellas que hieren con espada de dulzura.
Nos alejamos, y el alma nos queda entenebrecida y sola, como después de una fiesta.
Realizaciones excepcionales... se fueron y no sabemos más de ellas, y sin embargo nos acompañaron una noche teniendo la mirada fija en nuestros ojos inmóvil... y nosotros heridos con espadas de dulzura, pensamos cómo sería el amor de esas mujeres con esos semblantes que se adentraron en la carne. Congojosa sequedad del espíritu, peregrina voluptuosidad áspera y mandadora.
Pensamos cómo inclinarían la cabeza hacia nosotros para dejar en dirección al cielo sus labios entreabiertos, como dejarían desmayarse del deseo sin desmentir la belleza del semblante un momento ideal; pensamos cómo sus propias manos trizarían los lazos del corpiño...
Rostros... rostros de doncellas maduras para las desesperaciones del júbilo, rostros que súbitamente acrecientan en la entraña un desfallecimiento ardiente, rostros en los que el deseo no desmiente la idealidad de un momento.
¿Como vienen a ocupar nuestras noches?

domingo, 26 de agosto de 2007

Tiempo al tiempo (o relato sin tiempo)


Eran mas de las 6, el sol ardía en su misma combustión y derretía todo lo que a el estaba expuesto, y yo todavía ni siquiera había comenzado a trabajar en el comunicado. Había algo en el aire, se sentía raro, como algo pesado, me recordó a algo viejo, casi extinto. Como esos recuerdos de días alejados en los que el tiempo esta congelado, y de una manera un tanto artificial lo hace un día ameno, casi eterno. Me levante para enderezarme y pude recorrer con mi mirada todos los cubículos que componían el piso de redactores y editores de la editorial. La voz del parlante lo anuncio, era día de purificación de ambiente. Mientras me dirigía a la cámara de limpieza del personal pude sentir como el pecho se me cerraba debido a la sobre carga del ozono circundante. Esto no era normal, ya era la segunda vez en una semana que venían a purificar el edificio. Según escuche que comentaban unos compañeros mas adelante, en la radio habían dicho que se debía a una baja presión atmosférica. Pensé que quizás era eso lo que me estaba impidiendo dedicarme plenamente a mis deberes laborales, talvez después de la limpieza vuelva a sentirme bien y logre concentrarme en lo que sería mi actividad por las próximas dos horas. Pero algo no estaba bien, algo en el pecho me dejaba sin aliento, no era un mal de salud, era algo mas profundo, algo que no me dejaría por el solo echo de cambiar un poco el aire. Por un momento pensé que podría tratarse de alguna intoxicación hepática, pero la suposición fue descartada cuando me sorprendió el ruido seco de un cuerpo al caer sin vida al suelo, cerca de donde me encontraba parado. Inerte, un hombre se desplomo sin rastro alguno de causa aparente, algo no andaba del todo bien. De a poco los cuerpos menos forajidos comenzaron a caer cual pinos de bowling, totalmente rígidos. En ese momento pude ver a uno de los hombres de la purificadora, con su traje de amianto amarillo, llorando desesperado, implorando piedad a los ponderosos cielos. Pude verlos desesperarse mientras improvisaban una especie de maniobra de supervivencia, fue ahí cuando recordé las palabras de mi jefe, quien extrañamente vino muy emocionado a pedirme que transcriba el comunicado urgente, antes de irse en su helicóptero de urgencia. Saque de mi bolsillo la nota borrador que el me había dado, la leí.

“A partir del día de la fecha, se decreta la alarma roja ambiental, algún tipo de químico de fabricación desconocida a sido esparcido clandestinamente sobre la ciudad, se aconseja refugiarse inmediatamente en los búnker habilitados para emergencias de intoxicación masiva…”


Pude ver los últimos cuerpos caer rodando, y a los hombres de amarillo peleando desesperadamente por un tubo de oxigeno, mientras entraba en la cuenta de que lo que mis ojos veían seria la ultima visión de un mundo sin retorno, mire por el ventanal, mientras apenas jadeante podía seguir manteniéndome en pie. Pude ver atardecer, y caí.